De una u otra forma perdonar y ser perdonado forma parte de nuestras vidas.
Perdonamos a quien nos ha hecho algún daño y nos produjo sufrimiento, y nos sentimos aliviados, cuando nos perdona alguien por haberle infligido algún daño.
La ira, el resentimiento, la aflicción, la amargura, el rencor y el desengaño provocan estrés e impactan la salud del ser humano. El sentimiento de culpa también.
Cuando las personas recuerdan un episodio de desdicha o agravio aumenta la presión arterial, el pulso y el tono muscular. Mientras que al perdonar o sentirse perdonado, además de recuperarse los estándares normales de salud, las personas se sienten calmadas y tranquilas.
Perdonar es sanarse, una cura tanto psicológica como físicamente, es hacer las paces con uno mismo.
Los seres humanos no somos perfectos y tenemos dos opciones: O vivimos asentados en los defectos, el rencor y los errores, o crecemos fundamentados en los aciertos, el amor y el perdón. Si no perdonamos errores, no veremos bondades y estaremos frustrados.
De igual manera, debemos perdonarnos a nosotros mismos. Muchas veces no reconocemos nuestras propias faltas porque no sabemos perdonarnos. Pero en el fondo, la culpa pasa a formar parte de nuestras vidas, afectando nuestro comportamiento. Nos endurece y podemos lastimar a los demás. En ocasiones, puede sumirnos en tristeza y depresión. Perdonarnos a nosotros mismos es aceptarnos como somos. Con los bueno y lo no tan bueno.
Para perdonar y perdonarnos debemos hacer un inventario del daño que nos produjeron. Asimismo, revisar lo que hicimos que haya perjudicado a otros.
Acéptese y perdónese, y luego perdone a quien le causó dolor. Piense que al igual que tu, también merece una oportunidad.
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